lunes, 27 de enero de 2014

La huelga revolucionaria de 1917

Antonio Ortiz Mateos
 
Al estallar la guerra mundial, Eduardo Dato, jefe del gobierno en 1914 declaró la neutralidad de España; desde la oposición, Romanones y Lerroux, se pronunciaban por los aliados, y los carlistas por los Imperios Centrales. En cuanto al Partido Socialista, tras manifestarse partidario de “la más estricta neutralidad”, en el Congreso de 1915 rectificó, pronunciándose mayoritariamente a favor de los aliados, a quienes se identificaba con la libertad y la democracia. Tal debate se mostraría con el tiempo falso, porque nadie deseaba entrar en la guerra, y menos aún las empresas, negociantes y especuladores de todo tipo para quienes se abría un período de grandes ganancias: al entrar en la guerra, las principales potencias dejaron de exportar, convirtiéndose en clientes de los países neutrales. Como consecuencia de ello, los precios de las materias primas, productos industriales básicos, mineros, alimenticios... y del transporte naviero subieron de manera vertiginosa, incrementando notablemente los beneficios de las empresas, “mientras los salarios reales bajaban y faltaban en muchas ocasiones alimentos de primera necesidad, a causa de especulaciones fraudulentas”.[1]
 
Serían precisamente las mujeres, con la sensibilidad que les daba el estar encargadas de la “cesta de la compra” las primeras en protestar, protagonizando los llamados “motines de subsistencias”. Sólo en 1916 captaron la UGT y la CNT la realidad social y la naturaleza de clase del conflicto principal, multiplicándose las protestas de los trabajadores por la disminución de su nivel de vida: en Barcelona, la huelga de la construcción se convirtió en general; en febrero fue Valencia la que quedó paralizada y, en marzo, en Logroño la fuerza pública disparaba contra una manifestación obrera, a la que causó un muerto y cinco heridos; también fueron al paro los mineros de La Carolina y Cartagena.
 
El 6 de diciembre de 1915 presentó su dimisión Dato, asumiendo tres días más tarde Romanones la presidencia del Gobierno, quien convocaría elecciones en marzo de 1916. Pese a la creciente agitación política y social que recorría el país, las elecciones se celebraron en medio de la indiferencia: 145 diputados fueron elegidos por el artículo 27, esto es, sin contrincantes. Los liberales, a quienes correspondía la mayoría, obtuvieron 235 diputados, 17 los republicanos y uno los socialistas, Pablo Iglesias. Romanones continuaría al frente del Gobierno, reorganizándose éste.
 
 

Huelga de 1917 en la Puerta del Sol

En mayo de 1916, el XII Congreso de la Unión General de Trabajadores reunido en Madrid decidía acentuar la lucha contra la carestía de la vida, pidiendo en nombre de sus 150.000 afiliados: “el abaratamiento de los medios de transporte, el fomento de las obras públicas, la regularización del intercambio de productos, la supresión de privilegios industriales, la terminación de los gastos improductivos, especialmente de la criminal guerra de Marruecos”.[2] El Congreso decidió asimismo el empleo de todos los medios de lucha para conseguir esos objetivos y facultó al Comité Nacional, para declarar la huelga general en caso necesario.[3] Por su parte, la Conferencia de la CNT, celebrada en Valencia por aquellas mismas fechas, aprobó también emprender una campaña contra la elevación del nivel de vida, así como nombrar una delegación para entrevistarse con la UGT.
 
Según Largo Caballero, ambas organizaciones se dirigieron al Gobierno pidiéndole la adopción de medidas que abaratasen las subsistencias y resolviesen, en lo posible, la crisis de trabajo, “notificándole al mismo tiempo que la clase trabajadora organizada estaba dispuesta, porque estaba cansada de formular reclamaciones, de hacer peticiones, manifestaciones públicas y trabajos en la Prensa y en todos los sitios pidiendo lo mismo, a organizar, si el Gobierno no ponía en esto un gran interés, no sólo en beneficio de la clase trabajadora, sino de todo el país, una campaña de mítines y manifestaciones públicas, y después, si no daba esto resultado, a declarar la huelga general por veinticuatro horas.”[4]
 
Durante el verano de 1916, los ferroviarios anunciaron la huelga por el aumento de 25 céntimos diarios de salario, la continuación de las primas y el reconocimiento de su organización sindical. Romanones se puso nervioso, militarizó a los presuntos huelguistas y declaró el estado de guerra. En respuesta a estas medidas, los mineros asturianos anunciaron una huelga de solidaridad. Por su parte, la Federación Socialista de Asturias propuso la convocatoria de una huelga general contra la carestía de la vida, propuesta que no sería aceptada por la dirección nacional: Iglesias, Besteiro y Largo Caballero. Tras dos días de huelga se llegó a un arbitraje por el que las compañías ferroviarias venían obligadas a reconocer las asociaciones y sindicatos de sus obreros y empleados.[5]
 
El 20 de noviembre de 1916, las centrales sindicales U.G.T. y C.N.T. decidieron en una reunión conjunta celebrada en Zaragoza convocar un paro general de 24 horas el 18 de diciembre contra la carestía de la vida, la primera concertada por las dos grandes organizaciones obreras españolas.
 
A pesar del éxito de la convocatoria, en los meses siguientes siguió descendiendo el nivel de vida de los trabajadores, al mismo tiempo que aumentaban los beneficios de las empresas, sin que el Gobierno adoptara medida alguna que pusiera freno a los problemas de subsistencia. Ante tal situación, el 27 de marzo de 1917 una reunión de delegados regionales de la U.G.T. y de la C.N.T. celebrada en la Casa del Pueblo de Madrid, bajo la presidencia de Largo Caballero, elaboró un manifiesto en el que se anunciaba la posibilidad de una huelga general ilimitada para obtener “cambios fundamentales de sistema que garanticen al pueblo el mínimo de condiciones decorosas de vida y el desarrollo de sus actividades emancipadoras”.[6] Al liberal Gobierno de Romanones le pareció sediciosa tal declaración y suspendió las garantías constitucionales, clausuró la Casa del Pueblo y otros centros obreros, y encarceló a todos aquellos firmantes del manifiesto que pudo encontrar.[7]
 
En abril de 1917, tras la entrada de Estados Unidos en la guerra y el torpedeamiento por los alemanes del barco español San Fulgencio, la situación de Romanones, tentado por la beligerancia, se hizo insostenible, siendo sustituido al frente del Gobierno por García Prieto, liberal, quien dimitiría el 9 de junio al no sentirse respaldado por Alfonso XIII tras la detención de los jefes y oficiales de la Junta de Defensa del Arma de Infantería. Dos días más tarde, Eduardo Dato formaba nuevo gobierno.
 
Dada la crisis social y política existente, cada vez mayor, el Partido Socialista y la U.G.T., partiendo del Manifiesto Programa del 27 de marzo, comenzaron los preparativos de una acción, concertada con los demás partidos, para la instauración de un Gobierno provisional que convocara a Cortes Constituyentes.[8] En los meses siguientes se sucedieron las huelgas, entre las que destacaría la llevada a cabo por los ferroviarios de Valencia. La Compañía de Caminos de Hierro del Norte de España, empresa a la que pertenecían los huelguistas, procedió a numerosos despidos, negándose a readmitir a 35 pese a la actitud conciliatoria del ministro de Fomento, vizconde de Eza. El 2 de agosto de 1917, la Sección del Norte hizo saber a la Federación Nacional de Ferroviarios y a la Ejecutiva de la UGT que estaba dispuesto a ir a la huelga general el día 10 si la empresa no readmitía a los despedidos.
 
La ejecutiva ugetista aconsejó a la Federación Ferroviaria que hiciera todo lo posible por evitar el conflicto, ya que una convocatoria de huelga general descabezaba sus planes. Sin embargo, ante el rechazo de la Compañía de readmitir a los represaliados,[9] el Sindicato de Ferroviarios del Norte decidió ir a la huelga. Acto seguido, se reunieron los Comités nacionales de la UGT y del Partido Socialista, acordando que el día 13 de agosto se declarase la huelga en toda España: “con todas sus consecuencias”.[10]
 
La misma noche del día 9, el Comité de huelga de la UGT y el Partido Socialista, formado a finales de julio, entró en acción. El Manifiesto de convocatoria, dirigido A los obreros y a la opinión pública, comenzaba anunciando que había llegado la hora de poner en práctica los propósitos anunciados por la UGT y la CNT en el mes de marzo,[11] expresando, tras una amplia exposición de motivos, los fines de la acción:
 
“Los ferroviarios españoles no están solos en la lucha. Los acompaña todo el proletariado organizado, en huelga desde el día 12. Y esta magna movilización del proletariado no cesará hasta haber obtenido las garantías suficientes de iniciación del cambio de otro régimen, necesario para la salvación de la dignidad, del decoro y de la vida nacionales.
 
Pedimos la constitución de un Gobierno provisional que asuma los poderes ejecutivo y moderador, y prepare, previas las modificaciones imprescindibles en una legislación viciada, la celebración de elecciones sinceras de unas Cortes Constituyentes que aborden, en plena libertad, los problemas fundamentales de la Constitución política del país. Mientras no se haya conseguido este objeto, la organización obrera española se halla absolutamente decidida a mantenerse en su actitud de huelga..[12]
 
Ciudadanos: No somos instrumento de desorden, como en su impudicia nos llaman con frecuencia los gobernantes que padecemos. Aceptamos una misión de sacrificio por el bien de todos, por la salvación del pueblo español, y solicitamos vuestro concurso. ¡Viva España!
 
Madrid, 12 de agosto de 1917. Por el Comité Nacional de la Unión General de Trabajadores: Francisco Largo Caballero, vicepresidente; Daniel Anguiano, vicesecretario.- Por el Comité Nacional del Partido Socialista: Julián Besteiro, vicepresidente; Andrés Saborit, vicesecretario”
 
 
Glorieta de Cuatro Caminos durante la Huelga de 1917
 
En las Instrucciones que se daban para la huelga, además de significarse el carácter indefinido de la misma, se ordenaba que no fuesen los trabajadores quienes iniciaran ningún acto de hostilidad,[13] señalando: “Sólo en el caso de que la actitud de la fuerza armada fuese manifiestamente hostil al pueblo, deberán adoptarse las medidas de legítima defensa que aconsejen las circunstancias, teniendo en cuenta que deben evitarse actos inútiles de violencia que no encajan en los propósitos ni se armonizan con la elevación ideal de las masas proletarias”.[14]
 
La huelga, que comenzó el 13 de agosto, fue ampliamente secundada en Madrid, Barcelona –donde el comité estaba integrado por hombres de la CNT-, Zaragoza, Vizcaya, Asturias y otras provincias con una fuerte implantación sindical entre la clase obrera. Desde primeras horas de la mañana todas las tiendas de Madrid tenían echados los cierres metálicos, con las puertas a medio abrir; los tranvías circulaban con soldados en las plataformas; y en las panaderías, largas filas de mujeres esperaban turno, agotándose las existencias en poco tiempo.
 
Los incidentes se extendieron por toda la ciudad, con singular incidencia en las barriadas obreras de Cuatro Caminos y Tetuán. Por la mañana, se fueron concentrando grupos de obreros en los Cuatro Caminos, tratando de impedir que salieran los tranvías. Guardias de seguridad que se encontraban en la zona hicieron con sus tercerolas una descarga al aire, cargando los soldados contra los trabajadores.[15] A mediodía, la llegada de dos patrullas de Lanceros restablecería el orden, abriendo algunas tiendas del barrio sus puertas. En la glorieta de Ruiz Jiménez (actual de Cuatro Caminos), varios grupos de mujeres intentaron cerrar los establecimientos, sumándose algunos obreros con gritos a favor de la huelga. En la plaza vieja de Chamberí, grupos de trabajadores intentaron suspender las obras del Metropolitano, interviniendo la Guardia Civil.[16]
 
Poco después de la una, el capitán Aguilar, seguido por una sección de Lanceros, una compañía del regimiento de Infantería de Saboya y la correspondiente banda de cornetas y tambores, se dirigió a la Puerta del Sol, fijando en las paredes del ministerio de la Gobernación el bando del capitán general de Madrid, declarando el estado de guerra. Fuerzas de policía procedieron a clausurar la Casa del Pueblo, el Centro Radical de la calle de Relatores y el establecido en la del Horno de la Mata. En los alrededores se quedaron vigilando varias parejas de policías.
 
A pesar de la declaración del estado de guerra, los enfrentamientos entre los huelguistas y las fuerzas de orden público se sucedieron a lo largo del día en los Cuatro Caminos y en el vecino barrio de Tetuán de las Victorias, en Chamartín de la Rosa. A las cuatro de la tarde la calle Bravo Murillo aparecía llena de huelguistas comentando en grupos los sucesos. Media hora más tarde, al intentar la empresa de tranvías reanudar el servicio, la gente empezó a apedrear uno de los vehículos en la calle Santa Engracia, obligando al vehículo a regresar a la cochera. Poco después un grupo de mujeres de los Cuatro Caminos, con una bandera en la que se leía “¡Queremos pan!”, se situaron frente a una tahona, siendo disueltas por las fuerzas de Seguridad.
 
Sobre las cinco y media de la tarde, un piquete de la Guardia Civil comenzó a recorrer la calle Bravo Murillo, entre la glorieta de Cuatro Caminos y la carretera de Bellas Vistas. Los grupos de huelguistas se disolvieron, volviéndose a reunir casi de inmediato tras su paso. Esto hizo que la Guardia Civil se retirase y ocuparan su puesto varios grupos de soldados que avanzaron por la calle en guerrilla, siendo recibidos con disparos.
 
“Entonces, los soldados, para repeler la agresión, hicieron varios disparos al aire, que no surtieron efecto, por lo que las descargas de fusilería se siguieron sin interrupción, y comenzaron a funcionar las dos ametralladoras instaladas en la Glorieta, y otra situada frente a los campos de Amaniel.[17]
 
Entre tanto, la caballería evolucionó para tomar las bocacalles y evitar que los huelguistas penetrasen en la Glorieta”.
 
Como consecuencia de los enfrentamientos resultó muerto Baldomero Ortega, un niño de doce años pisoteado por los caballos, teniendo que ser atendidas diez personas, heridas por armas de fuego, en la Casa de Socorro.
 
 A pesar de la dureza de los enfrentamientos en las barriadas de Cuatro Caminos y Bellas Vistas, al poco tiempo se reprodujeron las manifestaciones en Tetuán de las Victorias, protagonizadas por grupos de huelguistas y numerosas mujeres. Para disolverlos, fuerzas de lanceros del Príncipe, entre otras, realizaron varias cargas con arma blanca y dos o tres con armas de fuego. Como consecuencia de las citadas cargas tuvieron que ser atendidos varios vecinos, uno de ellos con una herida de lanza en el costado izquierdo. Tras los enfrentamientos en Tetuán, los huelguistas se dirigieron formando diversos grupos, hacia Chamartín de la Rosa, la Ciudad Lineal, Prosperidad y Guindalera.
 
Desde las diez de la noche no se permitió el paso a ninguna persona, salvo a los residentes, patrullando parejas de lanceros por Bellas Vistas, Estrecho y la entrada de Tetuán. Una ametralladora, con su dotación de personal, se situó en la calle Bravo Murillo y otra en la carretera de Tetuán. Con el fin de prestar servicio en caso necesario, permaneció en la zona una sección de la Cruz Roja Militar, con el material necesario.
 
Durante la noche, varios vehículos militares se encargaron de distribuir el pan entre las tahonas. Al día siguiente las tabernas de la barriada permanecían cerradas, con largas colas en las tahonas para abastecerse de pan, limitado a un kilo por persona. El resto de establecimientos permanecían con los cierres de los escaparates echados, pero con las puertas abiertas. La carretera de Francia y las principales vías que a ella afluyen se hallaban ocupadas por un batallón de Saboya y una sección de ametralladoras, además de dos escuadrones de Lanceros y fuerzas de la Guardia Civil del primer tercio.[18]
 
El 14 de agosto la policía se presentaba en la calle Desengaño, 12, deteniendo al Comité de huelga: Largo Caballero, Anguiano, Besteiro y Saborit. Asimismo fueron detenidos Virginia González, Gualterio José Ortega, dueño de la casa, y Juana Sanabria, esposa del anterior. Tras ser informado por la policía de la detención del Comité revolucionario, el capitán general de Madrid ordenó que los hombres pasasen a prisiones militares y las mujeres a la cárcel, a disposición de la autoridad militar.
 
 
El 29 de septiembre de 1917 se celebró en el cuartel de San Francisco el Grande el Consejo de Guerra contra Largo Caballero y el resto de detenidos, en medio de una gran expectación. El 4 de octubre se conoció la sentencia: de los once procesados, cuatro fueron condenados a la pena de reclusión perpetua, por un delito consumado de rebelión -Largo Caballero, Julián Besteiro, Daniel Anguiano y Andrés Saborit, integrantes del Comité de huelga-, tres a la pena de ochos años y un día de prisión mayor -Gualterio José Ortega, Luis Torrens y Mario Anguiano-, y dos a la pena de dos años, cuatro meses y un día de prisión -Manuel Maestre y Florencio Abelardo-, siendo absueltas Virginia González y Juana Sanabria.
 
Primero pasaron unos días en la cárcel Modelo, siendo trasladados el 19 de octubre a la estación de Mediodía para, desde allí, ser conducidos en tren hasta Cartagena. Ya en la prisión, se les proporcionó el uniforme pardo de presidiario, les afeitaron barbas y bigotes y se les cortó el pelo al cero, aspecto con el que aparecerían unos días más tarde en la portada del ABC. Desde el punto de vista político, la campaña por la amnistía elevó a la categoría de héroes populares a los componentes del Comité de huelga, siendo elegidos diputados el 24 de febrero de 1918. Incluso los anarquistas fueron a votar para sacar al comité de la cárcel. El viaje desde Cartagena hasta Madrid fue triunfal: les paraban por los pueblos, les regalaban frutas, les abrazaban, etc. Como señala Tuñón de Lara: “La huelga, pese a su fracaso, no dejó de constituir una demostración de fuerza de las organizaciones obreras que, por añadidura, no fueron desarticuladas por la subsiguiente represión”.[19]
 
[1] Así, entre 1914 y 1920 –tomando como base 100 para el año 1913- los salarios nominales subieron hasta un índice 179,3, los beneficios empresariales hasta 214,0 y los precios hasta 227,6. TUÑÓN DE LARA, Manuel: “La crisis de la sociedad de la Restauración (1917-1930)”. En TUÑÓN DE LARA, Manuel, VALDEÓN, Julio, DOMÍNGUEZ ORTIZ, Antonio y SERRANO, Secundino: Historia de España. Valladolid, Ámbito, 1999, p. 538.[2] TUÑÓN DE LARA, Manuel: La España del siglo XX. París, Librería Española, 1973, pp. 38-39[3] El Comité quedó compuesto por: Pablo Iglesias, presidente; Francisco Largo Caballero, vicepresidente; Barrio, secretario-tesorero; Daniel Anguiano, vicesecretario; y Julián Besteiro, Andrés Saborit, Virginia González, Eduardo Torralba, Modesto Aragonés, José Maeso y Manuel Cordero, vocales. TUÑÓN DE LARA, Manuel: La España..., 1973, p. 39[4] Diario de las Sesiones de Cortes, 22 de mayo de 1918.[5] TUÑÓN DE LARA, M.: La España..., 1973, p. 36[6] Ibidem, p. 37[7] Entre los detenidos figuraban los ugetistas Besteiro, Llaneza, Aragonés y Acevedo, así como los confederales Salvador Seguí y Ángel Pestaña. Largo Caballero y Daniel Anguiano, concejales del Ayuntamiento de Madrid tras las elecciones de 1915, consiguieron escapar, si bien, durante el tiempo que pesó sobre ellos la orden de detención, no pudieron asistir a las sesiones celebradas por el consistorio.[8] Según Tuñón de Lara, la alianza fue concertada por Melquíades Álvarez, en representación de los reformistas, Lerroux, por los republicanos, Largo Caballero, por la U.G.T., y Pablo Iglesias, con Besteiro como suplente, por los socialistas. TUÑÓN DE LARA, M.: La España..., 1973, p. 42.[9] Al parecer, la Compañía decidió no admitirles de acuerdo con el Gobierno quien, conocedor de que las organizaciones obreras y republicanas preparaban una huelga de carácter revolucionaria, procuró que estallara antes de tiempo para reprimirla y despejar la situación a su favor. Ibidem, p. 51.[10] Ibidem, p. 52[11] Según Tuñón de Lara, varios miembros del Comité de Huelga se reunieron en Barcelona con el dirigente de la C.N.T. Salvador Seguí, sumándose esta organización al movimiento de huelga, si bien no se creó ningún organismo común para dirigir la misma. Ibidem, pp. 52-53.[12] Ibidem, pp. 52-53[13] Según recoge Tuñón de Lara, en algunos lugares, como Vizcaya o Asturias, se habían acumulado armas y hecho acopio de dinamita para la insurrección. Ibidem, p. 52.[14] Ibidem, p. 53[15] La Época, 14 de agosto de 1917[16] ABC, 14 de agosto de 1917[17] Heraldo de Madrid, 15 de agosto de 1917[18] ABC, 16 de agosto de 1917[19] TUÑÓN DE LARA, M.: “Historia...”, 1999, p. 542

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