martes, 25 de junio de 2019

Supermercados cooperativos: gente ordinaria haciendo cosas extraordinarias


José Luis Fdez. Casadevante "Kois"
24 junio 2019

Corría el año 1890 nacía Aglomeración Cooperativa Madrileña, la cooperativa de consumo pionera de la ciudad. Una fórmula para satisfacer las necesidades alimentarias de las clases populares en mejores condiciones de las que ofrecía el mercado, un experimento de otras relaciones de producción y consumo, que a la vez servía para difundir el ideario socialista.

Esta iniciativa evolucionó y sirvió de germen para la Cooperativa Socialista Madrileña fundada en 1907, que agrupaba cinco tiendas de comestibles, una zapatería, un despacho de vinos, dos bodegas y una tienda de objetos de escritorio. Miles de cooperativistas de consumo y una plantilla de 32 personas empleadas sostenían esta iniciativa, que seguiría viva hasta la guerra civil. Una experiencia asociativa ligada a la emblemática nueva Casa del Pueblo construida en un antiguo palacio comprado por la UGT, y que llegaría contar con más de 100.000 persona afiliadas, cerca de un décimo de la población madrileña de la época.
Durante la II República se habían popularizado por todas las zonas industriales de nuestra geografía las cooperativas de consumo, pensemos que solo en Barcelona había unas sesenta iniciativas. El franquismo intentó replicar el modelo mediante los economatos laborales ligados a las grandes empresas del Instituto Nacional de Industria, pero fracasó, en buena medida por la falta de protagonismo de la gente y la ausencia de democracia interna. Las cooperativas de consumo resurgieron tímidamente a finales de los años cincuenta, manteniendo el objetivo de garantizar el acceso a alimentos para una clase obrera empobrecida, a la vez que ofrecían una experiencia asociativa relativamente autónoma en plena dictadura.
Algunas de estas iniciativas evolucionaron hacia supermercados cooperativos obreros, llegando algunas experiencias vivas hasta nuestros días. Entre ellas destacarían proyectos como San Crispín en Baleares, fundada en 1953 por el gremio de zapateros de Alaior para enfrentar la creciente carestía de la vida. En la actualidad es la cooperativa de consumo más grande de la región, cuenta con tres locales de venta, cerca de cuatro mil personas asociadas y más de treinta empleadas. Además de una oferta convencional de productos convencionales de alimentación, privilegian una oferta específica de productos locales de agricultura ecológica y de comercio justo; siendo una entidad que sigue implicada en la promoción de redes de economía alternativa.
Otra experiencia que ha evolucionado de forma similar sería la cooperativa de consumo San Sebastián de Reinosa, fundada en 1959 por un grupo de trabajadores de las principales industrias locales, especialmente de La Naval. Durante los primeros años los mismos cooperativistas asumían por turno la descarga de mercancías, la gestión y el funcionamiento cotidiano, asumiendo que sin esta aportación de tiempo no hubiera sido viable económicamente. Iniciada por 250 socios se fue consolidando con los años, llegando a tener miles de asociados y enfrentando boicots por parte del pequeño comercio local que chantajeaban a las distribuidoras de alimentos para que no fueran proveedoras de la cooperativa. Hoy es la cooperativa de consumo más grande de Cantabria, tiene cerca de cuatro mil asociados, más de cuarenta empleados, dos supermercados y un local asociativo donde realizan actividades culturales.
Estas iniciativas fueron inspiración para cooperativas que durante los años ochenta terminaron montando grandes cadenas de supermercados como Eroski y Consum, pero pasaron muy desapercibidas para los emergentes movimientos agroecológicos que impulsaron los primeros grupos de consumo. La industrialización, la modernización y la llegada de la sociedad de consumo provocaron una mutación tanto en los hábitos de compra como en las problemáticas asociadas al sistema agroalimentario: del hambre a la malnutrición, de la escasez al sobreconsumo, del producto fresco a los alimentos ultraprocesados, de la cocina en casa a comer mucho fuera, de la compra en el pequeño comercio a los supermercados. A estas, se añadirían la crisis ecosocial y cuestiones como la injusticia en la comercialización a lo largo de la cadena alimentaria o el creciente control por las corporaciones agroalimentarias de tierras, semillas, paquetes tecnológicos e infraestructuras logísticas.
La necesidad de transformar el vigente sistema alimentario ha ido ganando peso en la esfera pública y en la agenda política en tiempos recientes. Un actor relevante para lograrlo han sido las alianzas entre productores y consumidores materializadas en decenas de miles de grupos de consumo. La mayor parte de los cuales podrían entenderse como modestas y artesanales microcoperativas de consumo, referentes del activismo alimentario que han logrado cambios significativos en los imaginarios sociales: la importancia de que el pequeño campesinado pueda ganarse la vida, el valor estratégico, cultural y ambiental de la agricultura de proximidad, la puesta en valor de las producciones artesanales y de las variedades locales, y especialmente la importancia de la producción ecológica.
Una victoria cultural acompañada de una derrota económica, pues las redes agroecológicas han sido incapaces de absorber la demanda generada. Y ha sido el mercado convencional quien ha vuelto a acaparar los beneficios, con sus lineales ecológicos en las grandes superficies y la apertura de supermercados ecológicos que únicamente sustituyen productos convencionales por otros bio. Hace un año y medio nos hacíamos eco de estas tensiones, apelando a la necesidad de que la economía solidaria reactualizara sus prácticas, de forma que dieran saltos de escala que realmente democratizaran e hicieran accesibles al conjunto de la ciudadanía las prácticas de consumo transformadoras.
Este debate estalló de forma sincrónica y no coordinada de la mano del documental FOOD COOP, que cuenta la longeva historia de un supermercado cooperativo propiedad de las más de 16.000 personas socias, que vende productos ecológicos, de proximidad, comercio justo y un porcentaje de convencionales, cuando el diferencial de precio es muy grande. Más de 70 empleados y tres horas al mes de trabajo obligatorias para asociados, logran rebajas en los precios que rondan el 30%. El supermercado más rentable de la ciudad, haciendo diez veces la venta por m² de los supermercados convencionales. Disponen de servicio de guardería, editan su propio periódico para pasar el rato en las colas de espera, tienen una amplia oferta sociocultural y han impulsado innovadores mecanismos de gestión para posibilitar la autoorganización eficaz de tanta gente.
El conocer esta experiencia ha sido una invitación a cuestionar inercias organizativas y a no resignarnos a dar siempre pequeñas respuestas ante grandes problemas. Los visionados han permitido encuentros entre personas que se han interrogado colectivamente: ¿Cómo democratizar el acceso a la alimentación ecológica y saludable mediante modelos cooperativos de mayor envergadura y que también puedan ser más inclusivos?, ¿Qué equilibrio entre profesionalización y activismo nos permite pensar la viabilidad económica de estos proyectos?, ¿Qué nivel de contradicción estamos dispuestos a asumir dentro de nuestras iniciativas (venta de productos convencionales, de fuera de temporada, de distribuidoras comerciales, kilométricos...)?, ¿Cómo se prioriza la ubicación de iniciativas que tienen vocación de ser de barrio, pero que necesitan arrancar con una masa crítica a nivel de ciudad?, ¿Qué sinergias cooperativas puede generar o acompañar un proyecto de este tipo en un barrio o municipio?, ¿Qué papel pueden o deben jugar los gobiernos locales en estos procesos?, ¿Nos animamos a montar uno?
Desde entonces han surgido supermercados cooperativos como Som Alimentació en Valencia y A Vecinal en Zaragoza, que se suman a una pequeña constelación de iniciativas agroecológicas preexistentes de envergadura (Landare, Bio Alai, El Encinar, Biotremol...). En Madrid desde el proyecto MARES hemos acompañado la creación de varios grupos promotores, siendo La Osa el primer supermercado cooperativo que replicará el modelo de FOOD COOP en nuestra geografía. Una iniciativa que abrirá sus puertas en enero y que actualmente se encuentra acondicionando el local y en plena campaña de captación de cooperativistas, cuya próximo evento será el 4 de julio con una proyección del documental en el barrio que acogerá el proyecto.
De Aglomeración a La Osa hay más de un siglo de historia, que muestra la capacidad de construir ambiciosas alternativas económicas en contextos de escasez y dificultad. Vistos en perspectiva los supermercados cooperativos no son tan novedosos, más bien suponen una carrera de relevos, donde las prácticas de colaboración se han ido reactualizando a lo largo del tiempo para ser útiles a la hora de adaptarse a condiciones, necesidades y retos cambiantes.
En la biología se han constatado los positivos impactos ambientales que tiene reintroducir grandes mamíferos como osos o lobos en su habitats tradicionales, evidenciando el peso que una determinada especie puede tener en mantener la trama de la vida y cómo su vuelta a un ecosistema puede suponer profundas transformaciones. Uno de los casos más emblemáticos ha sido la reintroducción de los lobos en Yellowstone, que limitaron la cantidad de ciervos, que por tanto dejaron crecer la flora y arbolado de ribera y alteraron la composición del suelo de las praderas; al reducir la presencia de coyotes cazados por los lobos aumento la biodiversidad de mamíferos pequeños carroñeros como águilas y cuervos; reduciéndose la erosión y hasta modificandose el flujo del río.
La Osa sale de la cueva y se echa a las calles, pues estamos convencidos de que reintroducir en las ciudades ambiciosas iniciativas como los supermercados cooperativos va a alterar los ecosistemas de experimentación ecosocial, haciéndolos más complejos y ayudando a su enriquecimiento. No sabemos el aspecto final que tendrá una economía postcapitalista, pero indudablemente este tipo de iniciativas deberán de proliferar y normalizarse, hasta ser piezas clave para completar el complejo puzzle que supone recomponer sistemas alimentarios alternativos.
¡¡Ha llegado la hora de subirse al carro!!
Fuente: eldiario.es

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