sábado, 7 de enero de 2023

Presentación del libro: Tierra, de Marian Giménez

 

La leyenda dice así:

Consumida y devorada la Tierra, subvertidos los ciclos y estaciones, tan solo un inmenso páramo en el horizonte era posible advertir con la mirada. Quedaba algún esqueleto de lo que fue un árbol. El último árbol. En el camino, el huracán de polvo aparecía como un espectro amenazante y era imposible seguir. Se apreciaban a lo lejos las cicatrices de lo que un día fue un gran río y su serpenteante recorrido hacia el mar. Las oquedades de los valles, antes zonas de umbría y frescos pastos, eran ahora vertederos de todo lo producido y consumido. El mar vomitaba sin parar los cuerpos inermes y sin vida de la pobreza y la persecución. Vomitaba su riqueza expoliada y sus recursos robados, como basura insostenible.

La ciudad, era el silencio. De vez en cuando se abrían y cerraban las puertas de los edificios, provocando un sonido siniestro, lleno de ira. Se dejaban ver aquellos útiles y objetos cotidianos, moviéndose en la soledad, como intentando cobrar vida y recuperar algo del sentido que tuvieron. De esta forma se movían mágicamente, sillas, mesas, cacerolas que salían disparadas de las casas. Ciertos aparatos por los que alguna vez se hablaba, llenos de imágenes de todo tipo, parloteaban una y otra vez con sus malditas aplicaciones y anuncios de última novedad. La vida expuesta sin ningún pudor. Todo se guardaba. Los barrios habían sido convertidos en enormes terrazas con flores y palmeras de plásticos. Pululaban mesas repletas de vasos con bebidas a medio terminar. Los restos de una orgía que quedó interrumpida. La cochambre y la suciedad se multiplicaban por doquier. Los pobres se hacinaban en multitud de coches desvencijados, convertidos en viviendas. Allí salían a la busca, a la búsqueda de lo que encontraran.

Las tinieblas se habían establecido definitivamente. O al menos eso es lo que pensaban. Los relatos son confusos y contradictorios, pero parece que todos coincidían en haber visto y oído una caracola de mar. Se filtraban a través de ella, sonidos antiguos, voces de mujeres, diosas inquietantes, las semillas de todos los orígenes. Llevaban en sus cuerpos las marcas de la guerra y la explotación. El hambre en sus pupilas, era el arma de su rebelión…Su silencio, el poder de las palabras que aún no se han dicho…

Comencemos pues esta historia.

Morera de Alberdi 2


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